Bienvenidos a la página web de la Hermandad de Invernalia, una hermandad del juego de rol masivo multijugador online World of Warcraft. Esta es una hermandad pequeña y tranquila dedicada principalmente al PvE y a proporcionar a sus miembros un entorno agradable donde jugar.

Stromgarde una vez más

Texto: Yirkash Imágenes: Yirkash
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La capital de Arathi


Las puertas de la ciudad en ruinas
esperan, ominosas... y cansinas.

Stromgarde, antigua capital de Arathi bajo el nombre de Strom, ahora una ciudad en ruinas en constante conflicto. Un tercio de su extensión está bajo el control de la Hermandad, un grupo organizado de criminales liderado por Lord Falconcrest. Otro tercio está ocupada por los peligrosos ogros de Boulderfist, mientras que el resto de la ciudad sigue bajo el control de la Alianza, gobernada por el Príncipe Galen Trollbane.

La Hermandad, la Alianza y los ogros... nada en aquella combinación hacía pensar que Stromgarde fuera un lugar donde hubiéramos de pasar una gran cantidad de tiempo. Cuan equivocados estábamos.


El encargo de Zengu

Cuando Zengu nos propuso que hicieramos un trabajito para él, nada nos hizo pensar a ninguno de los tres que fueramos a tener demasiados problemas. Tanto Fétida, mi compañera nomuerta, como yo habíamos trabajado para él con antelación, intentando animar aun orco amigo suyo, y el trol nos había parecido simpático aunque tal vez un poco vago. Al fin y al cabo, es normal que encargues a alguien que le de un recado a un amigo tuyo que vive en la misma ciudad, pero las cosas empiezan a parecer menos normales cuando el amigo en cuestión está de pie a diez metros de distancia. Sin embargo no le habíamos dado mucha importancia a aquello en su momento, pensando que el pobre trol debía sufrir algún tipo de afección que le impidiera andar, artritis tal vez, a juzgar por su postura permanentemente encogida.

— No os preocupeis —nos dijo Zengu—, no es nada importante. Tan solo una fruslería. Soy coleccionista de sigilos, y me gustaría que me trajerais alguno, si no os importa.

— ¿Sigilos? —preguntó Fétida, intrigada— ¿Como demonios puedes coleccionar sigilos?

Creo que, siendo pícara de alma y oficio, el asunto le había tocado la fibra profesional. Yo personalmente no le di demasiada importancia, pues el que esté libre de culpa que tire la primera piedra. El coleccionismo era un tema sensible para mi desde que mi manáfago había devorado mi colección de pellejos estropeados, medio putrefactos, que tanto tiempo me había llevado etiquetar y meter en tarros. Aún me preguntaba como se las había apañado para abrir los tarros sin pulgares oponibles, pero el misterio no daba la impresión de poderse resolver facilmente, y menos dado que Fétida se negaba en redondo a ayudarme en la investigación. Cada vez que le preguntaba, lo único que obtenía era una risilla nerviosa.

— Sigilos —repitió el trol—. Ya sabéis, esas cosas de metal redondas con símbolos que los humanos ponen en anillos y cadenas.

— ¿Querrás decir sellos? —apuntó Fétida.

— Quiero decir sigilos, y ya está —era obvio que Zengu empezaba a molestarse—. Matad humanos en Stromgarde y saqueadlos hasta encontrar bastantes. Os pagaré cincuenta monedas de plata.

Aquellas últimas palabras parecieron convencer a Fétida, convirtiendo su reticencia en una entusiasta entrega por la misión.

— ¡Ja, dinero! Yo por esa cantidad te traigo sigilos, emboscadas y puñaladas traperas si quieres —me lanzó una mirada de reojo—. Yirkash te los puede envasar si quieres. Se le da bien.


Stromgarde


De camino a Stromgarde.

Cabalgamos sin descanso desde Sentencia hasta Stromgarde, y llegamos a las ruinas de la antigua capital humana antes del anochecer. Las puertas de la misma yacían a los lados, rotas y sacadas de sus goznes, augurando negros presagios a los que se atrevieran a cruzarlas. El cadáver de un pobre desgraciado junto al camino atestiguaba que la promesa no era en balde. Armados con resolución y esperanza (y algo de codicia), cruzamos las puertas a paso vivo. Nos acompañaba Graz'thang, mi fiel abisario que combatía junto a nosotros desde hacía tiempo sin cuestionar –demasiado– mis órdenes.

— Bien, ahí tenemos a los primeros guardias —me dijo Fétida, señalando a dos tipos en armadura de placas que vigilaban distraidamente la entrada al sector humano de la antigua capital— Envía a Grazy delante, que se coma el marrón.

Aparentemente indiferente al desdén con que mi compañera trataba el asunto de su supervivencia, mi abisario se abalanzó hacia el enemigo sin dudarlo. O debería decir más bien se paseó, ya que si por algo no era famoso era por su velocidad. No habíamos despachado aún a estos guardias, cuando un imponente jinete, un tal Teniente Valeroso, cargó contra nosotros sobre su caballo, añadiéndose a la refriega. Tras unos minutos de intenso enfrentamiento, nuestros tres enemigos yacían muertos, y Graz'thang y yo estábamos en un estado muy cercano al suyo.

— ¿Se puede saber que hacías? —le pregunté a mi esquiva amiga.

— Bueno, ayudarte. ¿Por?

— Porque no te vi hacer mucho más que darles vueltas hasta que ya no quedaba más que uno —le respondí, algo molesto.

— Bueeeno... es que tu abisario es muy grande... me costaba encontrarles la espalda, no se paraban de mover... ya sabes —me contestó, guardando algo en su bolsa con un gesto rápido. No pude ver bien que era, pero por un momento me pareció que se trataba de bolsas de dinero con el escudo de Stromgarde grabado.

— ¿Que era eso? —le pregunté.

— Nada, hierbas.


El Príncipe Galen


De camino... otra vez.

Muchos cadáveres más tarde, estábamos de vuelta en Sentencia, con los preciados sellos llenando nuestras mochilas. Zengu nos felicitó efusivamente, y nos pagó el dinero prometido. Fétida insistió en que lo guardara yo todo, y dijo que ya le daría su parte más tarde.

— Bueno pues eso es todo —dije yo, satisfecho de haber podido ayudar al pobre trol discapacitado—. Nos vemos y todo eso.

— Aún hay otra cosita —respondió Zengu—. Estos sigilos están muy bien y eso, pero hay uno muy especial que me gustaría tener. Lo tiene el príncipe Galen, y la verdad es que el muy egoista se niega a darselo a otra gente bajo no se que excusa de que es propiedad suya o no se que. Yo personalmente no acepto estos conceptos tan anticuados de "propiedad privada" de los que habla —ví a Fétida asentir con expresión de aprobación—, así que quiero que vayáis allí a cogerlo.

— ¿Pero no le va a molestar a él? —le pregunté— No sé, igual no nos lo quiere dar...

— ¿No jodas, Einstein? —me dijo de malos modos el trol, sin duda aludiendo a algún tipo de héroe racial del que jamás había oído hablar.

— No te preocupes tío —le respondió Fétida—, que yo me encargo. ¿Donde está el príncipe este?

— Nah, suele encontrarsele en una capillita —dijo Zengu.

— ¿Y la capilla donde está? —pregunté yo.

— En una ciudad en ruinas.

— ¿Como se llama?

— Eeemmmhh... pueees... Stromgarde —dijo Zengu, como avergonzado.

— ¿¡Que!? —exclamó Fétida— ¿Y no nos lo podías haber dicho antes, y nos ahorrábamos tener que salir para volver a entrar?

— Eh, a mi no me mires —se disculpó el trol—, que yo sigo un guión.

Un rato después, y aún preguntándome quien debía ser ese tal Ghyon que lideraba a los trols de Sentencia, volvíamos a estar delante de las puertas de Stromgarde. Compartíamos de nuevo la impresionante vista con el cadáver algo descompuesto del héroe anónimo que yacía junto al camino.

Tras varias horas de matanza, nos encontrábamos ya inmersos en las profundidades de la ciudad, cuando nos cruzamos con una elfa de sangre que aparentemente tampoco tenía mucho cariño por los humanos de la zona.

— Hola, me llamo Indariel —nos dijo, después de que la ayudáramos a acabar con un guardia que se le había echado encima—. ¿Que hacéis por aquí?

— Nada, matando algunos bichos. Estamos haciendo la misión del príncipe —le respondió Fétida, esquivando a un vigilante que se abalanzó sobre mi.


El puente que conduce a la capilla.

El tono de voz casual que usaban ambas mujeres me resultaba algo extraño en medio de la muerte y desolación que estábamos causando a nuestro alrededor. Tenía una extraña sensación de que la ocasión requería un matiz algo más solemne, pero opté por no decir nada porque Graz'thang había decidido dejar en paz a sus enemigos y retroceder junto a ellas, permitiéndoles que me asaltaran a mi.

— Pues si no os importa me vengo con vosotros —dijo la elfa, sentándose en una piedra y ofreciéndole una bebida a Fétida.

— No hay problema, tenemos la situación controlada —Graz'thang sacó una bolsa de cacahuetes y los ofreció silenciosamente a las dos mujeres. Le habría pedido que me pasara alguno, pero me estaba costando un poco intercalar alguna palabra entre conjuro y conjuro, debido a los cuatro tipos que intentaban quitar el no de mi condición de nomuerto.

Indariel unió sus esfuerzos a los nuestros, para regocijo de todos, aunque por algún extaño motivo eso no pareció repercutir demasiado en la cantidad de enemigos que me atacaban cada vez. Supuse que esto se debía a un recrudecimiento de la vigilancia a medida que nos acercábamos al príncipe. Desde luego, mis compañeras se esforzaban al máximo en el combate.

En todo momento, Fétida se encontraba en lo más duro de la lucha, pasando por detrás de todos los enemigos que me atacaban. No podía ver muy bien sus movimientos, pero a juzgar por la forma en que se acercaba furtiva pero fugazmente a sus espaldas, a la altura de la cintura, supuse que debía apuñalarlos en los riñoes rápidamente antes de pasar al siguiente guardia.

Indariel, por su parte, no descansaba en sus esfuerzos para sanar a Graz'thang con sus pociones de curación. Tanto se esforzaba, que el pobre abisario pasaba más tiempo junto a ella recibiendo pociones que junto a mi combatiendo. Me impresionó sobremanera la calidad de las pociones, que debían ser extremadamente raras pues no reconocí ninguna de las etiquetas. Jack Daniel's sonaba definitivamente humano, y me felicité por elegir una compañera de lucha que hubiera sido capaz de entrar en las tierras de Ventormenta a saquear sus reservas de pociones.

Además, ambas insistían en que guardara yo todo el dinero que saqueábamos de los cadáveres de nuestros enemigos, así que tenía la absoluta seguridad de que no había ningún tipo de juego sucio.


La capilla donde reside el príncipe.

Finalmente llegamos a la capilla del palacio de Stromgarde y nos plantamos ante el Príncipe Galen, que mostró una decepcionante falta de ímpetu en su ataque.

— Oh, vaya —dijo, con hastío—, más aventureros. Bueno, que coño, para eso me pagan... —carraspeó un poco, y su voz adquirió el tono monótono de quien repite algo de memoria— Deteneos malvados no lograréis salir de aquí con vida a mi mis guardias acabad con ellos por stromgarde a la carga.

El combate fue breve y sangriento, porque la guarnición de élite del príncipe, el grueso de sus tropas más selectas, resultó consistir en dos guardias que, aunque voluntariosos, resultaban algo escasos como ejército. Especialmente cuando uno consideraba que un pequeño grupo de aventureros sigilosos les doblaba en número.


La Espada Trol'kalar

— Muchas gracias, chavalines —dijo Zengu, dándonos nuestra paga, que nuevamente quedó a mi guarda.

— Ha sido un placer —le dije yo, dándome la vuelta.

— Solo una cosa más —interrumpió él—. Hay un viejo abrecartas de la familia que me gustaría recuperar, un recuerdo sentimental al que llamamos Trol'kalar, nada más. Un pinchito, una fruslería.

— ¿Y donde está esa fruslería? —le preguntó Fétida.

— Bah, nada, encima de una tumbita —dijo Zengu, despreocupadamente.

— ¿Y donde está esa tumba? —preguntó Indariel, desconfiada.

— Nada, en una criptita.

— ¿Y la cripta?

— Detrás de una capillita —por extraño que parezca, daba la sensación de que Zengu empezaba a enrojecer, avergonzado.

— ¿Y la capilla?

— En una ciudad en ruinas —se pisó un pie con el otro, clavando la vista en el suelo.

— No me digas más —dijo Fétida, con voz hastiada—, que ya sé llegar...

El trayecto fué rápido, porque nos conocíamos ya bien el camino. Llegamos a las puertas, saludamos al cadáver junto al camino, entramos a dentro y nos enfrentamos a los guardias. Lo cierto es que yo les empezaba a tomar algo de afecto, así que cuando un grupo de ellos me propuso que se dejarían dar un par de bofetadas flojitas y luego se harían los muertos para dejarnos pasar, a mi me pareció bien. Intercambié dirección de correo con un par de ellos para hacer un café en Trinquete cuando acabaran el turno de trabajo.

Me resultó intrigante ver al hermano gemelo del príncipe Galen dentro de la capilla, cuando pasamos ante la puerta abierta, pero dado que no parecía habernos visto decidí no investigar más el asunto.


El interior de la cripta.

Nos adentramos en la cripta que, tal y como nos había prometido Zengu, se encontraba detrás de la capilla. Varios monjes parecían haberse instalado dentro de la misma, por razones que no me atreví a preguntar, así que tuvimos que despacharlos lo más rápidamente posible. Abrimos una tumba al fondo, dentro de la cual encontramos el pinchito de Zengu, una enorme espada a dos manos de aspecto antiguo e impresionante.

Armados con nuestro botín, que empezaba ya a pesarme en la mochila, nos dirigimos de vuelta a Sentencia mientras Fétida, Indariel y Graz'thang se repartían el ron y el aguardiente. Les estaba muy agradecido por ayudarme con al menos una parte de la carga, que inteligentemente estaban ventilando pues, según me dijo Fétida, "No tiene sentido llevarlo en la bolsa si lo puedes llevar en el estómago." Yo seguí el consejo de Indariel y no probé bocado porque transportar cargas pesadas con el estómago lleno puede ser malo para la salud.

Una vez en Sentencia, Zengu estuvo muy agradecido por nuestra ayuda, e incluso nos dió una pequeña suma extra a cambio de, según palabras de Fétida, "no decirle al zángano ese lo que vale realmente eso que lleva." Me supo un poco mal engañar a ese tal Zanghan'O, fuera quien fuera, pero que demonios, mejor él que yo. Fétida estaba tan contenta que incluso me dió un fuerte abrazo.

La única nota amarga de la jornada vino a la hora de repartir el total de nuestras ganancias. Mi negligencia nos costó muy cara, pues en algún momento de trayecto algún ladronzuelo aparentemente se hizo con el contenido de mi bolsa, robándome no solo mi dinero, si no todo el que habíamos estado recogiendo de los cadáveres de los guardias y el que nos había dado Zengu en pago por nuestros servicios, que guardaba yo por los tres. Afortunadamente guardaba algo más de oro en el banco de Entrañas, y una vez hubimos ido hasta allí pude compensarles a mis dos pobres compañeras mi descuido, dándoles de mi propio dinero la parte que les hubiera correspondido del botín. Afortunadamente, Fétida llevaba una cuenta exacta de la cantidad que les adeudaba. Incluso tuvo la amabilidad de cobrarse la parte de Graz'thang, ya que el pobre abisario no tenía bolsillos en los que guardar el dinero.

— No te preocupes —me dijo Fétida, de un admirable buen humor a pesar de la desgracia—, Indariel y yo te invitamos a unas copas, que nos hemos sacado unas perrillas con un asuntillo.

— Yirkash,
Capa blanca de Invernalia

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