Bienvenidos a la página web de la Hermandad de Invernalia, una hermandad del juego de rol masivo multijugador online World of Warcraft. Esta es una hermandad pequeña y tranquila dedicada principalmente al PvE y a proporcionar a sus miembros un entorno agradable donde jugar.

Yirkash Cousteau

Texto: Yirkash
Imágenes: Fétida y Yirkash
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Preparando la expedición


La expedición, algo falta de recursos, emprende el
viaje usando el transporte más fiable: a nado.

Anochecía ya tras otro caluroso día en Vega de Tuercespina, cuando nuestra pequeña expedición de tres se preparaba para partir, arrullados por los sonidos de la selva. Componíamos el grupo mi compañera Fétida, nomuerta como yo, mi fiel abisario Graz'thang, y yo mismo. Nuestra intención era encontrar un tiburón, uno de esos famosos escuálidos que sabíamos rondaban lejos de la costa, cerca del mar abierto de Azeroth.

Tras una corta pero intensa documentación, habíamos barajado diversas localizaciones a las que dirigir nuestros esfuerzos, habiendo descartado de entrada aquellas zona que, por su peligrosidad, parecían poco propicias. Nos habían quedado finalmente dos opciones que parecían prometedoras: los escollos occidentales de Vega de Tuercespina y las costas orientales del Marjal Revolcafango. Teniendo en cuenta los inconvenientes logísticos que implicaba la cercanía de Theramor en el Marjal Revolcafango, nos habíamos inclinado finalmente por los arrecifes más occidentales de las costas de Vega de Tuercespina.


En los escollos, en Vega de Tuercespina, cerca
del mar abierto, encontramos por fin la presa.

Nuestra pequeña expedición partió de la Avanzada Grom'gol, en la costa oeste de Vega de Tuercespina, llena de esperanza e ilusión. Los intentos de contactar con un patrocinador adecuado entre los magnates comerciales de Bahía del Botín habían resultado infructuosos. Detectamos un gran interés por el proyecto entre los capitostes goblin del próspero asentamiento, pero ninguna negociación fructificó. Las palabras de ánimo de los pequeños pielesverdes aún resonaban en nuestras cabezas mientras, faltos de embarcación, nos arremangábamos pantalones y túnicas para empezar a nadar.

"Cuando lo encuentres, dale saludos e mi parte, imbécil" nos dijo, graciosamente, uno de los goblins que se habían congregado para vernos partir, y que aparentemente conocía personalmente a uno de los tiburones. Otro de ellos nos animaba con palabras de esperanza, mientras nos daba algunos consejos: "¡Si tienes problemas para encontrarlo, átate carne fresca al cuello y hazte un corte para empezar a sangrar!" Me emocionó tanto su interés, que decidí no sacarle de su error haciéndole notar que ni Fétida ni yo, siendo nomuertos, podíamos sangrar, y mucho menos nuestro fiel abisario Graz'thang, que ni siquiera tenía venas. "Este lugar... no me gusta" comentó Graz'thang, dando una nueva muestra de su habitual optimismo.


Llenos de emoción, tomamos las
primeras imágenes del escuálido.

Nuestro primer problema se planteó cuando nuestras fieles monturas, demostrando muy poco espíritu de equipo, decidieron que no iban a emprender la expedición con nosotros. Entr euna nube de vapor, mi corcel flamígero se esfumó en cuanto su pata en llamas tocó la superficie del océano, dejándome sumergido hasta las pantorrillas en las frías aguas saladas.

Encaminamos pues nuestras brazadas en dirección a los arrecifes situados a poniente del campamento, donde otro amable goblin nos había informado que podríamos encontrar un asentamiento Murloc, recomendándonos encarecidamente que indagaramos entre los nativos para encontrar a nuestra presa. "Oh, son muy amistosos" nos había dicho, "Les encantan los aventureros. Su compañero añadió "Sí, especialmente con pimienta" entre las risillas que estabamos ya acostumbrados a oir en Bahía del Botín. Al parecer, el pueblo goblin es un pueblo muy alegre y risueño.


Los simpáticos murlocs


Seguimos su avance por el borde de la sima abisal.

No tardamos en avistar el templo sumergido en el que habitaban los murlocs de los que nos habían hablado. Intentamos trabar contacto con el primer representante de la especie con el que nos cruzamos, pero la barrera idiomática resultó demasiado para nosotros.

Aparentemente, existe algún matiz cultural que se nos escapó en la frase con que nos dió la bienvenida, un alegre y despreocupado "Mworglrulruglrulruluru". Nuestra interpretación de su saludo como algo parecido a "Bienvenidos, extranjeros, sentaos a compartir nuestra comida y hospitalidad tanto tiempo como deseéis" resultó ser demasiado optimista. Por ende, resultó ser ofensiva para él, pues en lugar de la hospitalidad prometida, recibimos una andanada desmedida de lanzas y dentelladas.


Finalmente, y antes de despedirnos, decidimos
intentar abatirlo, a sabiendas de que no podríamos.

Algo desanimados por el encuentro, seguimos camino hacia mar abierto a un ritmo algo reducido debido a los regalos con que nos habían colmado. Al parecer nuestro nuevo perfil de alfiletero no resultaba demasiado hidrodinámico, y esto nos retrasó ligeramente mientras huíamos... esto... nos distanciabamos de nuestras nuevas amistades.

La buena fortuna quiso, sin embargo, que esas ofrendas que tan generosamente nos habían entregado los murlocs nos resultaran pronto de gran utilidad para conseguir algo de pescado con el que alimentarnos. Es extraño como estos abalorios, claramente confeccionados para agasajarnos, funcionaban extremadamente bien como armas submarinas.

Tras algunos intentos infructuosos, decidimos abandonar nuestro proyecto de encender un fuego de campamento submarino, y nos comimos los pescados crudos. A fecha de hoy sigo sin comprender el motivo de esto, pues el fuego fatuo que arde alrededor de mi bastón no parecía afectado en absoluto por la inmersión en el mar. En todo caso parece que la calidad de estas improvisadas viandas era excepcional incluso sin cocinar, y su sabor agradable más allá de lo esperado.

Solo vomitamos cinco veces entre los tres.


El escuálido al fin


Efectivamente, su nivel era demasiado para nosotros.

Alcanzando por fin el límite de las aguas costeras, pudimos ver como ante nosotros se extendían las infinitas aguas del mar abierto. Embargado por la emoción, no pude por menos que adentrarme en este universo ignoto, viendo como dejaba lentamente atrás el borde del risco que marcaba el inicio de las profundidades abisales. Dos ataques de pánico después comprendí por fin que, no necesitando respirar, no podía ahogarme, y me limité a flotar boca abajo en lo que mi madre afectuosamente llamaba la técnica del muerto, que es lo que te mereces, niñato de mierda. Poco después el fiel Graz'thang me arrastraba de vuelta estirandome de un tobillo, imagino que para ayudarme a familiarizarme con el entorno marino, pues esta postura me impedía sacar la cabeza a la superficie.

Vista la imposibilidad de adentrarnos en aguas más profundas, decidimos recorrer el borde del abismo. Reseguimos decididamente el contorno del acantilado submarino con niveles dispares de emoción. A estas alturas empezaba a tener la sensación de que la motivación era desigual entre los tres miembros que componíamos la expedición pero me alegró comprobar que la camaradería, al menos, resistía intacta, fortalecida si acaso por las penurias. Nunca antes había visto a Fétida y Graz'thang confraternizar tanto como en aquellos duros momentos, y llenaba de gozo mi corazón ver como disfrutaban de una recién forjada amistad que yo sentía que se extendía hasta mi de una forma intangible. Incluso mientras cuchicheaban entre si, algo rezagados, tenían siempre un momento para lanzarme miradas cargadas de significado y emoción, e incluso de preocuparse por la laringitis que yo sentía que estaba incubando. Ellos no me decían nada, pero sus rápidos y furtivos gestos con el pulgar a lo largo del cuello mientras me señalaban delataban su preocupación.


El hecho de que fuera elite tampoco ayudaba.

Fue en medio de este momento de camaradería, justo cuando Fétida se aproximaba para compartir conmigo sus más íntimas aficiones, presta a mostrarme su valiosa colección de cuchillos, cuando avistamos por fin al tiburón. La emoción nos embargó a todos por igual, y nos lanzamos en su persecución entre exclamaciones de alegría.

— ¡Magnífico especimen! —exclamé yo.

— Cabrón afortunado —masculló Fétida, sin duda afectuosamente.

— Tengo que... alimentarme —añadió prosaicamente Graz'thang, desviando ligeramente su trayectoria para acercarse a mi, su idolatrado amo.

Tras seguir al animal durante un tiempo y tomar algunas instantáneas con el sofisticado ingenio goblin que habíamos traido con nosotros a tal efecto, decidí acercarme más a nuestra presa. La emoción ante una misión bien resuelta, la excitación del momento y el hecho de que tanto Fétida como Graz'thang me estaban ganando terreno me volvieron algo descuidado, e hicieron que el escuálido percibiera nuestra presencia. Con un ágil movimiento de cola y una velocidad que no esperaba, se abalanzó sobre nosotros.


Con gran tristeza vimos morir al fiel Graz'thang.
Un destino similar nos aguardaba al resto.

Desgraciadamente, el mayor tamaño del pobre Graz'thang hizo que la bestia se centrara en él a la hora de mostrarnos que nuestro interés zoológico era correspondido. Generosamente nos hizo una demostración de sus pautas de comportamiento como depredador, liquidando al pobre Graz'thang en un periquete. El desdichado volvió al abismo con un lastimero "¿Porqué me llamas?" Una muestra de desmotivación que, a la luz de las circunstancias, decidí no tenerle en cuenta de cara al futuro.

Un futuro que, por lo visto, iba a resultar extremadamente corto, pues el tiburón me situó rápidamente en el siguiente puesto de su lista de cosas que devorar. Lo que siguió me llena aún ahora de extrañeza.

Por algún motivo que no alcanzo a comprender, Fétida se encontraba en aquel momento a unos centenares de metros de distancia, y a pesar de mis aullidos de terror y chillidos solicitando auxilio, no pudo oirme para acudir en mi socorro.

— Perdona, es que pasaba un banco de arenques que amortiguó el sonido —se disculpó más tarde—. No sabía que querías ayuda, cuando gesticulabas de aquella manera pensaba que no querías que te molestara. Creí que ibas a estudiar su sistema digestivo —añadió cuando le pregunté si el hecho de que me masticara el cráneo no le había dado pistas al respecto. Un error muy comprensible, a las luces de su explicación.

Todo quedó, pues, perdonado una vez nos volvimos a reunir en la taberna de Grom'gol un mes después. Para entonces la marea ya había acabado de llevar mis trozos dispersos hasta la orilla, y después de que lograra convencer al último pescador de que necesitaba lo que quedaba de mi oreja y que, desde luego, no era un arenque, no me resultó demasiado difícil recomponerme.

— Yirkash,
Capa blanca de Invernalia

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